sábado, 17 de marzo de 2012

Mentolado



     Odio el verde. Ya lo he dicho. No puedo con él. Hasta la hierba me da alergia. Es lo que tiene ser una urbanita empedernida, que en cuanto te sacan del asfalto, tus defensas se desestabilizan. En fin, lo dicho, odio el verde. Donde otros ven verde hierba, verde menta, verde agua, etc., yo veo verde moco (con perdón), verde moho o verde zombie. Que se va a esperar de un color que identifica la rareza (¿un perro verde!?)

     En artes plásticas, el verde es el color complementario del rojo, es decir, se resaltan mutuamente en su máxima expresión. Quizá en mi amor al rojo (pensad en el color, no en Cayo Lara, por Dios) se encuentra esa animadversión por el verde; ya sabéis soy enemiga de los enemigos de mis amigos (tratad de repetirlo cinco veces seguidas).

     Claro, que si lo pienso bien, si Louboutin en lugar de elegir un esmalte de uñas rojo para colorear las suelas de sus stilettos hubiera, por ejemplo, espachurrado una oruga, ahora me subiría la bilirrubina cada vez que viera una suela verde. En fin, ¡así se escribe la historia!


     Por otra parte, el verde se identifica con la naturaleza (dadme la Puerta del Sol y no el Hayedo de Riaza), fertilidad (va de retro…), esperanza (se ha evaporado con el último telediario), dinero (ya me voy identificando) y dicen que da paz interior (en fin…).

     Así que este año no estoy de suerte, porque sin duda ninguna el color de la primavera va a ser el verde menta. De repente los escaparates se han visto invadidos por el pippermint y cuando salgo de shopping vuelvo con las papilas gustativas en carne viva y aunque estoy resistiendo al invasor como la famosa aldea gala, me temo que terminaré disfrazada de caramelo Pictolín antes de decir atchis.




     No me importaría empezar a acostumbrarme a mi disfraz de macaron (con una sola “r”, por favor), con este total look de Louis Vuitton (y encima los zapatos son amarillos, ¿pero qué he hecho yo para merecer esto?).


     El fabuloso mono de Miguel Palacio.


     O los fantásticos vestidos de Kina Fernández,


o Teresa Helbig.


     Pero también las marcas más asequibles se han volcado en el herbal y desvaído colorcillo (notad el amor que me embarga…) y podemos elegir prendas y complementos para mentolarnos de la cabeza a los pies.

     Empezaré, como en mí no podía ser de otra forma, por los zapatitos. En Topshop he encontrado bailarinas, cuñas de madera, unas plataformas fabulosas y unos zapatos de puntera metálica, otro de los must de esta temporada.




     También podéis encontrar la puntera de metal, en versión bailarina, en Zara.

     Donde también he encontrado estas preciosas-preciosas-preciosas sandalias (yo me las pido en su versión rosa).
     Siguiendo con los complementos, me voy de los pies a las manos y empezaré de lo pequeño a lo grande. Me ha encantado, salvando el color, la propuesta de Hoss Intropia.
     Y hasta le perdonaría el color al clutch de pitón de Diane Von Furstenberg (anda que soy tonta…)
     Bimba & Lola han optado por la menta picante,
y Topshop por su versión desvaída.
     Más complementos… Ippolita nos propone unos pendientes de crisoprasa (cuarzo), que, tengo que admitirlo, deben favorecer horrores con la piel morena.
     Si esta Santa Santa vais a tener la fortuna de disfrutar del calorcito, podéis elegir entre el bañador de Karla Colletto (auguro muchas bocas abiertas en el chiringuito),
o el bikini de Paul & Joe.
     Pero si no tenéis esa suerte y el Domingo de Ramos queréis estrenar algo (obligatorio si no queréis quedaros sin pies y sin manos, ¿no?) podéis optar por unos jeans como los que propone Goldsing,
la versión strech que he encontrado en Hakei,
y en Zara.


     También en Zara he visto estos palazzo en versión plisada.


     Más plisados en la falda larga de Pull & Bear,


el vestido de Blanco,
o el cuello halter de Tibi.

     No descubro nada si os digo que este año también son tendencia las asimetrías, como en esta falda tail hem de Zara,

o el vestido de Pull & Bear.


     Yo me quedo con la asimetría que propone Zara.


     También en Zara he encontrado este fabuloso vestido de encaje (otra tendencia más).


     Más encaje de Pull & Bear.


     Si queréis un total look mentolado, no os perdáis el conjunto de Oysho.

     Y para una sobredosis de menta, os propongo el esmalte de uñas de Essie.
     ¡Me rindo! Este verano pinta mentolado.


domingo, 4 de marzo de 2012

En el principio, fue Worth



Aunque, sin ninguna duda, la primera diseñadora de la historia fue Eva, que allá en el jardín del Edén ideó un modelito a base de hojas de parra (si se hubiera hecho un modelazo a base de piel de pitón, no habría tenido aquel problemilla con la manzana y no estaríamos como estamos), el primer modisto fue Charles Frederick Worth, para quien fue acuñado el término couturier, y quien es considerado el padre de la Alta Costura.

Antes de Worth, la moda la marcaban los estilismos –y extravagancias- de las casas reales. Aunque ya había algunas modistas conocidas, como Mariane-Jeanne Rose Bertin, “la Ministro de Modas”, quien tuvo el honor de vestir y confeccionar los sombreros a María Antonieta (antes de que Fouquier-Tinville le evitara tener que elegir tocado por no tener donde lucirlo), convirtiéndose en su confidente, la mayoría de las creaciones eran de personas anónimas.

El mundo de la moda tal y como lo conocemos nace en 1858 con la apertura de la maison couture de Worth y su socio, el sueco Boberg, en el numero 7 de la Rue de la Paix en París. Por primera vez un modisto le imponía a sus clientes lo que debían usar, en lugar de seguir sus indicaciones. Por primera vez un couturier firma sus diseños, como los pintores  firman sus obras. Por primera vez se contrataba a artistas que bosquejaban los diseños, de forma que los clientes pudieran elegir el modelo antes de fabricarlo. Por primera vez se hace una colección anual. Por primera vez los diseños los lucen maniquíes vivas (una de ellas Marie Vernet, su mujer). Por primera vez la moda es considerada un arte.

Marie Vernet (tiembla, Gisele Bundchen)
Worth nace en Inglaterra en 1825. Las necesidades económicas de su familia le hacen entrar a trabajar como aprendiz de dos comerciantes de tejidos a la edad de 13 años. Ahí toma contacto con el mundo de la moda y empieza a interesarse por el diseño y la confección hasta el punto de visitar a menudo la National Gallery, donde se empapaba de los detalles de los vestidos en las colecciones de retratos históricos, encontrando la inspiración para sus diseños.

Tras siete años de formación, en 1845, decide que debe irse a vivir a París. Allí entra a trabajar en la empresa de tejidos y accesorios Gagelin, consiguiendo, gracias a su talento innato, convertirse en su mejor dependiente y llegando a abrir un taller de modistería para la empresa. Sus diseños de aquella época son exhibidos y premiados en la Great Exhibition (Londres – 1851) y en la Exposition Universelle (París – 1855). Sus prendas combinaban la perfección del corte británico con la minuciosidad y la elegancia francesa.

Con la apertura de su casa de moda en 1857 la Alta Costura ve la luz.

Sus creaciones no escapan a los gustos de la época: grandes volúmenes, tejidos ricos, pedrería, aunque él reduce fruncidos y volantes de tamaño desproporcionado y emplea cortes que hacen intuir que dentro del vestido se esconde una mujer. También opta por reducir la crinolina (estructura ligera formada por aros de metal que mantenía abierta la falda sin necesidad de multitud de capas de enaguas) de forma que la falda deja de dibujar un círculo perfecto para caer plana por delante, recogiéndose el exceso de tela detrás.


Desarrolló un sistema de patronaje por piezas, de forma que faldas, cuerpos y mangas podían intercambiarse para dar lugar a distintos modelos de vestido y acortó ligeramente el vestido de paseo, dejando asomar tímidamente las puntas de los botines bajo la falda.


Pero sus trajes todavía aprisionaban el cuerpo femenino: los cuellos, altos, estrechos y rígidos mantenían la cabeza erguida; las mangas se ahuecaban en el hombro, se recogían en el codo y se estrechaban hasta la mano, cubriendo los nudillos, considerados indecorosos.


Los vestidos de paseo (de día) se confeccionaban en lino, terciopelo o lana en colores pastel o empolvados como malvas, azules y rosas, engalanados con cintas, lazos y volantes. Los vestidos de noches eran de seda, muselinas, tul, crespón de China o satén, con puntillas, gran profusión de adornos y generosos escotes, incorporando elementos de vestidos históricos.




Era obligatorio el sombrero, algo inclinado y de ala ancha, decorado con pesadas plumas, preferiblemente de avestruz, los botines puntiagudos con medio tacón barroco, las medias de seda negra, los guantes ajustados y la sombrilla, para mantenerse blancas como pastelitos de merengue. De noche la dama que se preciara de serlo no podía prescindir de unos guantes largos para vestir los brazos y no mostrar la mano desnuda.


En 1852 se había proclamado en Francia el Segundo Imperio y París se había convertido en la capital de la vida política e intelectual de Europa. El gusto por lo exquisito y la gula por el lujo que empapaba la corte de Napoleón III incluía los vestidos y “House of Worth” pasó a ser la proveedora de los trajes más exclusivos de aquella época. Las emperatrices Isabel de Austria (Sissi) y nuestra Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III, eran adictas a sus creaciones, haciéndose retratar por  Franz Xaver Winterhalter con sus diseños de seda y tul bordados en oro.




Seguro que morís de envidia al saber que para la inauguración del Canal de Suez, en 1869 diseñó los ciento cincuenta vestidos que lució la Emperatriz Eugenia.



Pero no sólo la realeza, también actrices como Sarah Bernhardt, Eleanora Duse, Nellie Melba, Jenny Lind y Lillie Langstry elegían sus creaciones en sus espectáculos y en su vida personal.


Muy pronto otros siguieron sus pasos: Patou, Poiret, Vionnet, Fortuny, Lanvin, Callot Soeurs, Coco, el maestro Dior, la Schiaparelli y el gran Balenciaga. Pero no sólo diseñadores,  Cartier, Guerlain o los peleteros Revillon convierten su actividad en una industria.

Muere en París en 1895, heredando sus hijos Gaston y Jean Phillippe un negocio y un concepto de lo que debe ser la moda. En 1952, su bisnieto Jean Charles puso punto y final a la primera maison.